Quienes piensan que los cambios solo ocurren en el ámbito de las ciencias y sobre todo de la tecnología, están equivocados. A lo largo de todo el siglo XX los golpes de estado militares marcaban un atrás y un adelante. Basta mencionar algunos casos: en Brasil, el de los militares brasileños en 1964 que derrocó al gobierno del presidente Joao Goulart y que terminó con la designación del almirante Alencar Castelo Branco como presidente; la dictadura militar se prolongaría hasta 1985. En Chile, el de los comandantes de las fuerzas armadas y carabineros el 11 de septiembre de 1973 y que permanecería en el poder hasta 1989. En Argentina, la junta militar que derrocó al gobierno de Isabelita Perón en 1976 hasta 1983 después de la derrota de Las Malvinas. En Bolivia, para cerrar, desde 1950 hasta la fecha, 23 golpes de estado entre los que destacan las dictaduras de Hugo Banzer entre 1971 a 1978; el del general Luis García Meza en 1980. Una coincidencia común a todos ellos: el período de la guerra fría que estableció reglas de juego distintas a las actuales.
Lo ocurrido el 26 de junio en La Paz aparece en cambio, como un sainete que desde el primer momento no se pudo tomar en serio y que en la medida que los hechos se desarrollaban reveló su carácter de farsa diseñada, eso sí, con intenciones políticas. El ex jefe del ejército boliviano Juan José Zúñiga, se presentó sorpresivamente con unidades de blindados y de infantería en la Plaza Murillo y entró con una tanqueta al Palacio Quemado. Zúñiga, cercano por no decir amigo del actual presidente boliviano Luis Arce, declaró que su levantamiento era por una parte, para restablecer la democracia y liberar a los presos políticos; por otra, impedir que el ex presidente Evo Morales pueda volver a presentarse como candidato a las elecciones presidenciales de 2025. El presidente Arce y el ex presidente Morales del mismo partido están divididos y en pugna.
El golpe se vino abajo en pocas horas. Pésimamente montado para serlo, su objetivo más claro era darle oxígeno al presidente boliviano que el domingo pasado le habría pedido ayuda al general Zúñiga para levantar su imagen deteriorada por la crisis de la economía. Más allá de este sainete donde no faltaron los analistas de izquierda que acusaron a la CIA de estar detrás, se evidencia la pésima gestión de los gobiernos autodenominados progresistas que logran que las economías fracasen y los países se hundan.