LA APUESTA ES POR EL SEGUNDO
En la campaña electoral que se desarrolla en Ecuador, como muestra del quiebre que afecta al sistema político, el pueblo debe elegir en la segunda y definitiva vuelta presidencial entre el candidato que en la primera obtenga el primer lugar, pero sin la diferencia necesaria para obtener la victoria, y aquel que alcance el segundo lugar. Por esta particularidad, inusual para un sistema democrático presidencialista, es posible que en las primeras elecciones presidenciales sea muy difícil elegir al próximo Jefe de Estado. De esta manera, las fuerzas políticas que alcancen los siguientes puestos, mediante acuerdos, podrían obtener una mayoría suficiente para ejercer el poder político del Estado, aunque sea compartido.
Esta situación, que se ha producido en las últimas elecciones presidenciales, evidencia que la fuerza populista, la mayor del país, no obtendría nuevamente la votación necesaria para alcanzar la victoria en la ronda final y para sumar y lograr acuerdos indispensables. Por eso, la verdadera disputa en Ecuador será por el segundo lugar entre todos los que no tuvieron la fuerza electoral para obtener el primer triunfo.
De cumplirse nuevamente este resultado, las fuerzas que obtengan la mayoría legislativa —sin ganar inicialmente la presidencia— tendrán la posibilidad de elegir al Presidente, quien, a su vez, enfrentará desde el primer momento una grave crisis de gobernabilidad. Así, el gran reto del populismo ecuatoriano, llámese correísmo, que ha carecido en los últimos tiempos de una estrategia para alcanzar el triunfo en la primera vuelta o para fortalecer alianzas en la segunda, es alcanzar la hegemonía en las dos funciones principales del Estado.
Esta situación político-electoral se ha producido en algunas oportunidades en los regímenes parlamentarios europeos y en ciertas ocasiones significó vencer a la izquierda socialista o comunista en la contienda final durante la Guerra Fría.
Debe advertirse que esta situación puede ser el principal punto de referencia del actual proceso electoral, pues significaría que, si el Presidente de la República que se elija no cuenta con un sólido respaldo parlamentario, estará sujeto al chantaje político o a un procedimiento extremo como la “muerte cruzada”. Ojalá el diagnóstico esté equivocado, pues, adicionalmente, si los actores políticos no advierten la inminencia de ese grave “apagón” institucional, el país estará muy cercano a concluir con la experiencia democrática que se inició en 1979.